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Junto a las otras

Era  un  día  cualquiera,  no  importa  el  cuándo,  y  decidió  ponerse  esa  extraña máscara  oscura  que  le  recubría  el  rostro  adaptándose  perfectamente  como  si fuere  una  segunda  piel. Sintió  entonces  una  extraña  vibración  en  su  interior,  una  vibración  redundante,  como si  se  tratara  de  un    reset  de  la  propia  conciencia,  resistiéndose  y  adaptándose  a  la  vez. Sintió  dolor. Anduvo  unos  metros  perdido,  sin  rumbo  fijo,  titubeante.  Algo  no  iba  bien  en  su  visión de  aquella  realidad  y  hubo  de  utilizar  sus  manos  que  le  ayudaron  a  determinar  las distancias  que  le  separaban  de  unos  muros  cada  vez  más  próximos  los  unos  a  los  otros, oprimiendo  su  propio  destino. Interiorizó  entonces  aquel  nuevo  concepto  incorporado  a  sí  por  aquella  máscara ficticia    y  mágica,  comenzando  a  sentir  la  transformación  en  algo  que  no  supo  definir. Ese  algo  se  fue  propagando  en  su  interior,  y  ardía  ha
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La casualidad

Cuando la mente imagina,  la casualidad se convierte en el  suceso creado.

La Realidad

La Realidad Absolutamente nada es lo que parece y... lo que es... Te lo imaginas.

El rincón de la Ilusión

El Rincón de la Ilusión Y uno a uno, fue quitando los adornos de allí de donde se hallaban; lo solía hacer con extremo cuidado como si fuere algo aprendido en algún tiempo otrora pasado.  Las ramas cada vez se hacían más y más ligeras hasta que dejaban de pesar quedando como suspendidas, al tiempo que desnudas.  Su color verde intenso afloraba entonces al liberarse de aquella ornamentación infringida, no natural. Los adornos descansaban ya en las cajas que, convenientemente selladas, esperaban el mo mento de un nuevo día. Sonrió al comprobar que absolutamente todo lo que le rodeaba hacía de su hogar, ya de por sí, un lugar entrañable y acogedor. Sonrió porque sabía que aquello que estaba retirando ese día era tan solo un adorno en aquel rincón porque ese rincón, de por sí, era un rincón lleno de ilusión.

El otro yo

El otro yo. Amanecía lluvioso y frío. Se sentó en aquel banco del paseo que todos los días visitaba a temprana hora, justo antes del alba. Ese día, la espesa arboleda hacía de refugio improvisado y acogedor al incesante aguacero. Unos rayos de luz se colaban entre la nubosidad abundante creando sobre la carretera un foco de aspecto teatral, allí justo enfrente suyo y quedó absorto en las gotas que caían uniformemente rebotando en el asfalto oscuro, como queriendo volver allí de donde habían salido, mas volvían a caer presas de la gravedad. Esa armonía sólo era rota por el rodar de los escasos vehículos que, a esa hora, pasaban estableciendo un intermedio en la obra, pensó. No llevaba ninguna prisa ese día, además, su fiel paraguas protector le acompañaba. Esbozó entonces una ligera sonrisa al observar a una pareja que cruzaba la calle unos metros adelante. Sin protección frente al elemento. Les había encontrado de improviso y se mojaban en los charcos casi imperceptibles que

Su largo viaje

Comenzó su largo viaje una mañana del veintitrés de Diciembre. Sintió una leve presión en su brazo izquierdo e instintivamente abrió los ojos que rápidamente buscaron explicación en la realidad que ahora sí, hacía acto de presencia. Allí estaba su madre, sonriéndole, de pie junto a su cama protectora donde se refugiaba siempre en la calidez de la noche. Escuchó entonces un rumor lejano, eran las noticias que provenían de la televisión de la cocina. Ese día tenían olor a tostadas de mermelada y mantequilla y a café recién hecho.            – Anda, levántate, no vayas a llegar tarde, ya tienes el desayuno en la mesa- Me dijo cariñosamente en voz baja; susurrándolo. Había transcurrido tan solo una pequeña fracción de un instante y regresé, al abrir los ojos, a la ventanilla de aquel 747 desde donde observaba con especial atención el mar de nubes con una sonrisa en mi rostro. Recordé aquella vieja teoría que una vez ideé; Si elimino el rozamiento, que supone el espacio y el tiempo,

Cuento de Navidad

Cuento de Navidad Llovía y hacía mucho frío, allí en la calle angosta y solitaria, alejado de toda forma viviente, ninguna que pudiera divisar a su alrededor. Su nombre, irrelevante; el suyo Beltrán. Sus ojos necesitados buscaban algo diferente en ese nuevo día que comenzaba. El   viento casi helaba su piel curtida por el tiempo pasado, incapaz ya de sentir. Pensó ¡Otro día que amanece! Apartó las viejas mantas que pesaban sobre su cuerpo cansado, incorporándose lentamente acto seguido para desmontar los muros de cartón industrial, su casa. A diario buscaba enseres allí donde los solía encontrar, en aquel depósito gris que algunos se habían empeñado en denominar de cierta forma pero que él no podía entender, sobre todo, cuando escuchaba el cómo lo decían; su nombre. Gracias a lo que hallaba, no sin esfuerzo, en aquel contenedor de cosas, saciaba su hambre acostumbrada al ayuno, cambiándolo por unas cuantas monedas. A diario, se cruzaba con un personaje que, amablemente, le son